Josefina Guerra Araujo. Reflejos feministas de una vida común.
Josefina Guerra Araujo (JGA)
nació en 1922 en una zona semi-rural andina y falleció el 29 de octubre de 2008
en la zona central del país, con 86 años de edad. Sus primeros 18 años los
vivió entre el campo y un pueblo de provincia. Sus padres eran primos y, de
acuerdo con lo narrado por JGA, su posición social era de medianos productores
del campo.
Contó que, en su niñez vivió
una experiencia con su madre que la impactó. Su padre metió en su casa del
campo a una joven embarazada, con la que se constató que tenía una relación
amorosa. Era una casa de la época, con un solo ambiente, donde era difícil
disimular, especialmente durante las noches; vivió el sufrimiento día a día de
su progenitora. Los hombres machos de la época tenían el poder absoluto en sus
hogares.
Su madre reflexionaba en voz baja,
caminando en el campo con su hija: “Yo me divorciara, pero una mujer divorciada
no vale nada”. En esa época una mujer divorciada o madre soltera era mal vista
por la comunidad, en una sociedad patriarcal donde las mujeres casadas sólo
servían para atender a su marido, hacer los quehaceres del hogar y criar a los
hijos, era muy duro el divorcio. Posteriormente, la señora Araujo se cayó de
una mula y sufrió el desprendimiento de un riñón, lo cual le ocasionó la
muerte. JGA al respecto refiere, que hubo comentarios de que su madre se había dejado
caer del lomo del animal, porque no podía con la carga pesada del sufrimiento,
el machismo, la violencia y el desprecio por parte de su esposo
El año 1936, se creó en
Venezuela el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (MSAS). Antes de eso, la
salud humana era manejada en el país por el Ministerio de Agricultura y Cría,
junto con la salud de las vacas, los cochinos, aves y demás animales. La
Fundación Rockefeller asesoraba y financiaba en el mundo muchas de estas
transformaciones, especialmente si se producían en países exportadores de
petróleo como Venezuela, donde la familia Rockefeller extraía petróleo como le
daba la gana en pleno siglo XX, pero había muchas enfermedades tropicales y
problemas de salud pública que afectaban el negocio extractivista. También,
como parte de esas acciones recomendadas por los Rockefeller, estaba la
creación de las primeras Escuelas Nacionales de Enfermería (las famosas ENE de
la época a partir de 1940).
En ese contexto, llegaron al
pueblo donde vivía Josefina, los funcionarios del MSAS buscando “señoritas de
buena familia” para que estudiaran Enfermería en la ENE de Caracas, empezando
en 1940. El director de la escuela primaria del pueblo donde estudió primaria
JGA la recomendó y habló con el padre de ella, manifestándole que la muchacha
podía estudiar y formarse en enfermería. La primera reacción del susodicho fue
que “el bachiller…está enamorado de mi hija” y negó la posibilidad de la
realización de esos estudios. Era parte del esquema mental del
patriarcado-machismo agudo de la época en el país. Debieron interceder amistades
muy respetadas por el padre de JGA para que él autorizara y financiara sus
estudios en la ENE, en la ciudad de Caracas hasta 1943.
El graduarse de enfermera, en
la primera promoción de la ENE de Caracas en 1943, le cambió la vida a JGA.
Adquirió la autonomía de ser una profesional técnica que podía autofinanciarse
la vida y así lo hizo. De ser una mujer, cuyo destino estaba pre-establecido
como esposa de alguien, por libre decisión de su padre, o ser la mujer de algún
peón del campo. Ahora, podía tener mayor autonomía como ser humano, por sus
ingresos económicos como trabajadora. Había logrado desfacer la maldición que
aparece en su partida de nacimiento, donde se lee que su madre ejercía de “oficio
los propios de su sexo”.
Ahora podía pagar un hotel
donde le llevaban el desayuno al cuarto y le lavaban la ropa. También, podía
tomar vacaciones anualmente y viajar dentro y fuera del país. No obstante, a
pesar de estos avances sociales, se puede leer en la partida de nacimiento del
último hijo de JGA, año 1956, que la madre es “de oficios domésticos”, aunque
trabajaba de lunes a sábado para el MSAS desde 1943, graduada como enfermera.
Lo que pasaba en una sociedad patriarcal donde las mujeres no tenían derechos,
todo lo decidían los hombres machos; no podían hacer nada sin un representante
masculino, es que había el uso y costumbre de que todas las mujeres trabajaban
de esclavas del hogar, o sea, los “oficios propios de su sexo” y así quedaba
registrado en los documentos legales. O sea, que estaban bien jodidas.
JGA se casó dos veces con el
mismo hombre. Cosa curiosa. Lo que pasó es que se casó en primeras nupcias con
alguien no aceptado por su padre, quien decidió como hombre macho y patriarca
que se respete que debía divorciarse y así lo tramitó, pasando por encima de la
voluntad de su hija. Al morir el padre, ella se volvió a casar con el mismo
hombre, con el cual tuvo 3 hijos. La relación no prosperó, lamentablemente,
porque el señor tenía una adicción crónica incurable al alcohol.
En su ejercicio profesional de
Enfermería cuidó comunidades, llegando a tener bajo su responsabilidad 300
familias de los sectores más necesitados de la sociedad, a las cuales visitaba
y registraba en la ficha familiar e individual del “método francés” de la
época, hacía las actividades de promoción de la salud y de prevención de
enfermedades y daños, de acuerdo con las condiciones de vida de cada familia
específica y de la comunidad general, de acuerdo con las edades y el sexo de
las personas. Hacía cartas a empresas como enfermera de la comunidad para
buscar trabajo para algún padre desempleado, porque sabía que en ese hogar no
podía haber salud, si no había un ingreso monetario que garantizara al menos la
alimentación. Llamaba al hospital público, de acuerdo con la fecha probable del
parto, para verificar si habían parido sus embarazadas controladas y, con esa
información, planificaba la visita domiciliaria post-parto, ejerciendo
seguimiento y control de cada parturienta. Nada detenía esta voluntad de hierro
disciplinada y consecuente. Ni problemas de transporte. Ni el clima inclemente.
Todo era superado para dar cumplimiento a lo planificado. Un trabajo
extraordinario, impecable, por tres décadas.
Al final de su carrera
profesional debió asumir la inmensa responsabilidad de defender los derechos
humanos de su hijo preso político revolucionario y de sus compañeros en todo el
país durante los años 70’ y 80’. Fueron jornadas heroicas y titánicas durante
ocho años. De llegar a hacer discursos de agitación política en barrios de
Caracas, participó en marchas, concentraciones, recolectas y tomas de instituciones
públicas para hacer respetar los derechos humanos de los presos políticos a
nivel nacional. Asistió a visitar a su hijo todos los miércoles y sábados
durante 5 años continuos, a menos que estuviera convaleciente en cama. Los
otros 3 años asistió sólo los sábados a solicitud de su hijo. No hay duda que
el amor hace prodigios, muy especialmente el de las madres.
Podemos describir a Doña
Josefina como una mujer de principios. A pesar de no conocer las luchas de las
mujeres por la Igualdad de Género, hizo valer los propios, se rebeló de hecho en
su época contra el machismo, hasta llevar pantalones en vez de faldas cuando
muy pocas lo hacían, imponiendo que en este mundo mujeres y hombres somos
igualmente diferentes.
Fuente: Freddy Saul Mejía
Guerra
Doña Josefina
ResponderEliminarMujeres valientes
ResponderEliminar