Feminismos. «Las mujeres indígenas tenemos una forma organizativa, propia y autónoma»
Por
Mariángeles Guerrero. Agencia Tierra Viva.
Laura Hernández Pérez es parte del Enlace
Continental de Mujeres Indígenas de las Américas. Desde México, explica las
múltiples vulneraciones de derechos, pero también resalta la organización
colectiva para construir sociedades más justas. Reivindica la lucha zapatista y
afirma: «Hay un mundo desigual para con las mujeres y pueblos indígenas, con
una cuestión racista y colonialista».
Su familia materna y paterna migró antes de su
nacimiento y se estableció en la periferia de la ciudad de México. Creció en el
municipio Nezahualcóyotl. Su identidad, explica, es “nahua por autoadscripción”.
Señala que “autoadscripción” es un término que contribuye a visibilizar la
diversidad de identidades indígenas. Se trata de una instancia de
reconocimiento de esas identidades como población indígena. Con ese concepto,
el censo nacional de 2020 registró 23 millones de indígenas en territorio
mexicano.
Foto: Poleth Rivas / Secretaría de Cultura CDMX
—El territorio no es solamente una cuestión del
espacio físico, de ubicación de la comunidad. Es un sistema de creencias
culturales, políticas, simbólicas y espirituales. Y esto se lleva interiorizado
estés donde estés, incluso en el espacio urbano. Algunas de esas expresiones
simbólicas tienen que ver con rituales. Por ejemplo, en el Día de los Muertos
hay ciertos tipos de ofrendas según la comunidad a la que pertenezcas. También
la relación con la naturaleza cambia. Hay población indígena que vive en las
ciudades, pero aún tiene algo de espacio rural y eso le permite sembrar o hacer
huertos de traspatio. Algo que traemos como mujeres indígenas es la salvaguarda
de nuestros territorios. El territorio como un todo, como el espacio que se
habita pero también como un espacio de conexión con la Madre Tierra y con todos
los seres físicos y espirituales que están allí.
—Hay una cosmovisión que excede el territorio
de la comunidad…
—En el caso de las y los indígenas que tuvimos
que salir del territorio de nuestra comunidad, las abuelas y los abuelos
siempre están con nosotras y nosotros. Y su mensaje, incluso en un espacio
urbano, es seguir la práctica milenaria de cuidar nuestros territorios, de
conectar con la naturaleza y de hacer lo posible por vivir en armonía. En la
cuestión de la soberanía alimentaria, cuidar las semillas, darle el valor a lo
que se come, agradecer a la Madre Tierra lo que nos brinda. El modelo
capitalista no ve que sin la tierra no seremos nada. Muchas mujeres se quedan
en sus territorios y muchas de ellas son defensoras, cuidadoras de la tierra,
del agua y del aire. Y esto es importante porque las mujeres, decididamente,
son transmisoras de mucha cultura. A nivel personal, mi esperanza es regresar a
mi comunidad y sembrar, porque ese es el legado de mis ancestras y ancestros y
quiero honrarlo.
—¿Cuál es la situación de los pueblos indígenas
en México en término de acceso a derechos?
—Cada Gobierno ha tenido sus particularidades.
Pero en el sexenio anterior (el periodo de gobierno de Andrés Manuel López
Obrador) y en el de Sheinbaum, tenemos un Gobierno que el mundo considera de
izquierda. No estaría tan de acuerdo con eso. Pero, por lo menos, en el sexenio
anterior y en la continuidad de este ha cambiado mucho la situación a nivel
institucional. Hay un órgano, que es el Instituto Nacional de los Pueblos
Indígenas, que se encarga de la política pública. El gobierno de López Obrador
hizo algunas modificaciones a esa institución. Y dijo “nada sin las
organizaciones”, pero eso incluía solo a las organizaciones con personería
jurídica. Y eso afectó a las comunidades indígenas.
—¿Y cómo continúa ese proceso?
—Ahora se empezó a trabajar con proceso
asamblearios, pero también aquí uno se cuestiona qué pasa con la población
indígena que estamos en las periferias de las ciudades, donde no existen estos
procesos. De ahí ha venido a complejizarse la situación, en relación a los
derechos y a la institucionalidad. Con la política de bienestar se trata de
alcanzar a todos los grupos, entre ellos los pueblos indígenas. Pero nosotros
requerimos de una política pública específica, de presupuestos específicos y de
acciones integrales para atender los derechos humanos. Y no es así como se está
llevando a cabo. Hay apoyo económico, pero eso no es suficiente para abordar
problemáticas muy complejas que se están viviendo en los territorios.
—¿Cuáles son esas problemáticas?
—Por lo menos desde el año pasado hay una
situación con los cárteles y el crimen organizado que está vulnerando a las
comunidades, que les está violentando sus derechos humanos. Por ejemplo, la
cuestión del desplazamiento forzado. Se les saca de sus comunidades, se les
quitan sus territorios. Hay comunidades en estado de abandono. Es un nuevo
modus operandi que tienen: ya no basta con el tráfico de drogas o de personas,
ahora quieren explotar el territorio. En Chiapas las comunidades fueron
desplazadas por el crimen organizado para explotar minerales como el litio. La
situación se complejiza porque el extractivismo ya no es solo una cuestión de
política pública, sino de otros actores que están invadiendo los territorios.
El crimen organizado afecta de manera general a los pueblos indígenas, pero
creo que aquí es importante colocar la cuestión de las mujeres indígenas. A
veces los compañeros se van de las comunidades y quienes se quedan en estos
espacios son las mismas mujeres, sus hijas e hijos.
—¿Cómo se vincula esto con la persecución de
las y los defensores ambientales?
—Se volvieron a activar casos de
criminalización y muerte a defensores y defensoras y eso también se entreteje
con la cuestión del crimen organizado, porque está ampliando sus opciones para
movilizarse dentro del territorio, para llevar y traer mercancía. Nos preocupa
que muchas veces no sabemos lo que pasa en los territorios, y eso es porque no
se puede difundir esa información fácilmente, porque puedes ser víctima de la
violencia.
—¿Qué experiencias de resistencia destaca en
México?
—El Ejército Zapatista de Liberación Nacional
es un claro ejemplo de experiencia de resistencia porque tiene muchos años de
vigencia pese a los cambios políticos que vivió el país. El Pueblo Yaqui lleva
una lucha histórica de mucho tiempo, que se mantuvo a pesar de la opresión y de
la invisibilización. En el centro del país hay experiencias de resistencia a
las termoeléctricas, hay un movimiento de lucha que une tres estados que se
llama Frente de Pueblos en Defensa del Agua de Puebla, Tlaxcala y Morelos.
Cuidar al maíz de los transgénicos
Mediante la modificación de la Constitución
Nacional, en marzo pasado, México prohibió la siembra de maíz modificado genéticamente.
A pesar de las presiones de las grandes multinacionales y del gobierno de
Estados Unidos, el país decidió proteger el cultivo más consumido en el país.
—Es importante dimensionar la cuestión de quién
cuida el maíz. En México se consume la tortilla y derivados del maíz. Pero no
todas las personas dimensionan ese valor de fondo. Saben que pueden ir a la
tortillería y comprar su tortilla, pero no saben si esa tortilla viene de un
maíz transgénico. Eso pasa sobre todo en los espacios urbanos. También está el
problema del encarecimiento. En México se consume maíz, pero son las
organizaciones campesinas y las comunidades indígenas las que le colocan otro
valor. Y, por eso, enfrentamos la necedad de Estados Unidos y de Monsanto/Bayer
de entrar a México con el maíz transgénico. La campaña “Sin maíz no hay país”
dio argumentos a nivel constitucional. El maíz es un alimento milenario que
perdió su diversidad por este modelo económico donde hay que urbanizar y hay
que poner carreteras, cuando el maíz necesita naturaleza para crecer.
—¿Qué implica este alimento en términos de
tradición?
—Lo veo con mis abuelos. Se siembra maíz, pero
al lado se siembra calabaza, chile, quelites, frijol y otros alimentos que son
importantes. La milpa es un ecosistema, una forma circular importante que hay
que cuidar. Hay comunidades que tienen prácticas de cuidados de la semilla.
Pero la verdad es que el cambio climático ha afectado la naturaleza misma del
maíz. Se necesita atender esta cuestión climática, que no solamente la vemos en
México, sino en el mundo. Todo está conectado. La conservación de alimentos y
de los animales que forman parte de ese ecosistema es muy importante.
—¿Cómo hacemos para descolonizar nuestros platos?
—El problema para descolonizar nuestros platos
está en la imposición de modelo de desarrollo económico y social. No puede ser
que aquí en México vendan una mandarina ya pelada en platos desechables. Se ha
impuesto un modelo de visión en torno a qué debemos de consumir y de qué
manera. Eso es muy distinto en las comunidades porque, por ejemplo, con mi
abuela nada se desperdicia y en algunas comunidades indígenas campesinas,
igual. Nada se desperdicia, todo es funcional. Todo vuelve a la tierra y se convierte
en energía. En el espacio urbano han impuesto un modo de comer muy distinto. En
la escuela de mi hija su maestra les invita a tomar agua, pero ya las niñeces
no toman agua, toman jugos. Ese es un problema porque cómo no vamos a darle
agua a nuestro cuerpo. Tenemos que desaprender mucho de lo que se ve en
televisión y en las redes sociales acerca de comer empaquetados. No creo que
descolonizar sea muy complejo en personas adultas, veo necesario trabajarlo más
con las niñeces y juventudes. Por ejemplo, destinar un espacio en las escuelas
para el buen comer, que está ligado a la soberanía alimentaria y no a los
productos de las empresas transnacionales que causan daño ambiental y en
nuestros cuerpos.
—¿Qué se necesita desde la perspectiva de las políticas
públicas?
—El discurso político del Gobierno es “primero
los pobres” y dentro de los pobres se encuentran los pueblos y mujeres
indígenas. Pero queda en un mero discurso. No basta solamente con una cuestión
de dar continuidad a proyectos como «Sembrando Vida» en el que llegan,
reforestan, ponen huertos y generan alimentos que no son de la zona, sino que
se permita atender la vida de quienes siembran, que son las comunidades
campesinas e indígenas.
Caminar en articulación
En diciembre pasado la presidenta Sheinbaum
anunció que el 2025 sería el año de las Mujeres Indígenas en México. La
Encuesta Nacional de Discriminación (Endis), en 2022, señaló que el 41 por
ciento de ellas opinó que sus derechos humanos no se respetan. Entre los
principales motivos de discriminación a las mujeres indígenas se encuentran:
forma de vestir, peso o estatura, por ser mujer, por ser indígena o
afrodescendiente, creencias religiosas y manera de hablar.
—¿Qué relación tienen las luchas feministas con
las luchas de los pueblos indígenas?
—No todas las mujeres indígenas nos definimos
feministas. Hay un mundo desigual para con nosotras como mujeres indígenas y
para con los pueblos indígenas. Hay un mundo con asimetría en el poder, con una
cuestión racista y colonialista. Cada una de las hermanas y compañeras escogerá
su camino y su elección respecto del feminismo, pero lo que podemos rescatar es
que muchas aliadas son feministas y han venido a contribuir a nuestras luchas
como mujeres indígenas. El feminismo es un espacio de articulación y también un
espacio para visibilizar la diversidad de las mujeres. Es importante señalar
que las mujeres indígenas tenemos una forma organizativa propia, autónoma, que
ha costado mucho.
—¿Por qué?
—Porque te enfrentas con tu comunidad, con tu
familia, con tu pareja si es un hombre. Muchas veces no hay una valoración de
lo que haces. Lo hemos visto con muchas hermanas, que han sufrido violencia y
han tenido que salir de ese círculo, y luego llegan a espacios mixtos donde hay
compañeros que también las vulneran, las minimizan, las humillan. Enfrentar
esas situaciones familiares o comunitarias, pero fuera de la comunidad, es un
reto para las mujeres indígenas, porque la comunidad te mira y te valora. Y
para algunas hermanas el feminismo ha sido una herramienta y es válido. Para
otras, nos enfocamos en hacer alianzas, en llevar una incidencia colectiva y
creo que también es muy válido. Porque esa es la apuesta: la defensa de
nuestros derechos humanos como mujeres y como integrantes de pueblos indígenas.
—¿Cuál es el horizonte en esa defensa de
derechos?
—El Buen Vivir implica una cuestión de los
derechos humanos, el acceso pleno a la soberanía alimentaria, a vivir una vida
libre de violencias, libre de discriminación, de racismo. Las rutas son varias.
Y cada una de nosotras como mujeres indígenas va a tomar la opción que mejor le
parezca. Desde el Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas
caminamos en articulación. Sabemos que en muchos espacios de incidencia a nivel
internacional por los derechos humanos hay una fuerte presencia de grupos
feministas. Entonces necesitamos colocar nuestras voces allí. En estos espacios
ha habido conflictos y diferencias, pero nosotras siempre decimos que vemos por
un bien mayor. Y nuestro bien mayor no es solo nuestra organización local,
nacional o internacional, sino también las otras mujeres indígenas, niñeces y
juventudes.
Fuente: Resumen Latinoamericano, 09 de agosto
2025
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